jueves, 5 de enero de 2012

Luz sobre los pepinos

Siete días pasaron desde que descubrí pepinos pequeños y regordetes entre los cajones de la verdulería donde hacemos nuestras compras. Los traje a casa decidida, o tal vez empujada por las alas del espíritu venusino, a prepararlos con vinagre. No encontré frasco de vidrio alguno y acepté hacerlos en una tupperware. No sé por qué pelé tres dientes voluminosos de ajo, ni por qué tomé algo así como un poco de sal parrillera y otro poco de agua hirviendo para remojarla junto con los ajos, esferas de coriandro y de pimienta negra. Tampoco sé de la mano que me llevó al vinagre blanco para volcarlo sobre los pepinos envueltos en las humedeces perfumadas de la salmuera apenas tibia. Si sé que anteayer a la hora de las luces en el cielo me decidí a probarlos. Algo distraída, con un plato pequeño, un cuchillo y un tenedor en mis manos abrí el envase para recibir una bocanada densa de perfumes frescos inundando mi memoria. Fue la memoria de lugares y situaciones ausentes, que no he vivido y que sin embargo sentí una vez y otra vez antes de llevar a mi boca una rodaja de los pepinos preparados hace siete días o siete siglos.

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